Alfredo Espinosa: el ángel de los pobres
Alfredo Espinosa fue médico y concejal, y le llamaban 'El Ángel de los Pobres'
Alfredo Espinosaa Orive (Bilbao 6-09-1903 – Vitoria-Gasteiz 26-06-1937). Concejal del Ayuntamiento de Bilbao, Gobernador Civil de las provincias de Burgos y Logroño y Consejero de Sanidad del Primer Gobierno Vasco. Llamado el médico de los pobres, el ángel de la guarda de los huérfanos y mutilados y el protector de presos y refugiados. Ejecutado en 1937 junto a los muros del Cementerio de Santa Isabel. Su vida podría ser titulada “La Crónica de un hombre bueno”.
Hay personas cuya vida te produce una sensación agridulce, te llena de esperanza, de orgullo por el género humano, saber que alguien dedicó su vida a mejorar la de otros, que fue fiel a sus principios hasta la muerte… y de amargura al recordar cómo le fue arrebatada. Alfredo Espinosa es una de esas personas.
La noche del 25 de junio de 1937, según relata en sus memorias el padre Morena que ejerció de confesor de los presos, Espinosa se pasó toda la noche, desde las doce hasta las cinco y media, escribiendo. Una carta a su esposa, Francisca Gómez, e hijos, María Victoria (nacida en 1933) y Alfredo (nacido en 1935), otra a su madre, otra a Carlos Labra y otra al Lehendakari Aguirre.

Fotografía del libro “Alfredo Espinosa. Un republicano al servicio de Euskadi”
Casi un testamento, las últimas voluntades de un hombre que iba a ser asesinado al alba. “…cuando condenen los tribunales a alguno a muerte mi voto desde el otro mundo es siempre por el indulto….pídeles tú a mis compañeros en mi nombre lo que yo te pido y os suplico no ejerzáis represalias con los presos que hoy tenéis… Termino, pues no tengo tiempo para más, pues falta muy poco tiempo para la ejecución. Háblales a todos de la virtud del deber cumplido … Cuando la historia nos juzgue a todos sabrán que nosotros hicimos lo indecible por evitar la muerte a los presos y por conservar el respeto absoluto a toda idea por opuesta que fuera a la nuestra.”
Escribió al Lehendakari Aguirre. “…Tu hijo Alfredo morirá como un valiente, como murió Pepe, y ten siempre el orgullo de saber que jamás cometí un acto de deshonra y de villanía… Pobre Madre mía, lo que sufres por nuestra causa. Perdóname, perdónanos todo el dolor que te hemos causado… ” Escribió a su madre.
Después de ser traicionado, acusado injustamente, encarcelado en el convento del Carmen de Vitoria, sometido allí a unas condiciones terribles en un cuarto diminuto, en un entorno insalubre, apenas comida o agua, oyendo los gritos y lamentos de otros presos sacados violentamente de sus celdas para ser fusilados o entregados a grupos de requetés y falangistas que se encargarían de que sus cuerpos yacieran en alguna cuneta, víctima de un cruel remedo de juicio…. él pide el perdón para sus asesinos, enarbola la bandera de los derechos humanos…. fiel a sus principios, sin rencor, disculpándose por el dolor que su muerte causara en sus seres queridos….
El 26 de junio, a las 6 de la mañana murió con 33 años, fusilado al igual que el capitán Aguirre, capturado junto a él. Ambos fueron inhumados en la fosa común de la sección 21, línea 10 del mismo cementerio.
En vida le apodaron “el ángel de los pobres”, pues finalizados sus estudios de medicina en la Universidad de San Carlos y con una consulta en la calle Ibáñez de Bilbao nº 13, 2º de su ciudad natal, no solo no cobraba sus servicios a aquellos más desfavorecidos, sino que incluso les daba algún donativo. Visitaba los barrios más humildes para atenderles y se preocupaba por mejorar sus condiciones higiénicas. Se había especializado en Higiene Infantil y era de la opinión que unas buenas condiciones alimenticias e higiénicas contribuían al manteamiento de la salud y la mejora de la enfermedad y utilizaba los medios de que disponía para ponerlo en práctica.
Su padre fue un brillante abogado de izquierdas, José Espinosa Rodríguez y su madre, Consuelo Orive Ontiveros, hija de todo un personaje: Salustiano Orive, inventor del Licor del Polo, farmacéutico, industrial, republicano federal y litigador vehemente. Pero es evidente que su holgada situación económica no le cegó ante los problemas de los deáas ni le hizo contentarse con una situación cómoda y libre de complicaciones.
Luchó para erradicar la enfermedad, involucrándose especialmente contra la tuberculosis, una epidemia que causaba verdaderos estragos sobre todo en los niños. Modernizar hospitales, mejorar las condiciones de los pacientes… tanto como médico como político. Porque Espinosa fue un declarado republicano federal, ya en sus años como estudiante en Madrid se significó en los círculos republicanos y demócratas y con la llegada de la II Republica fue elegido concejal del Ayuntamiento de Bilbao. Más tarde sería nombrado Gobernador civil de Burgos y después de Logroño.
En 1936 se produjo la sublevación militar y Alfredo, que había sido repuesto como concejal, se mantuvo leal al gobierno legítimo. Cuando el 1 de octubre se aprobó el Estatuto de Autonomía fue nombrado Consejero de Sanidad del Gobierno Vasco. Su gestión durante el conflicto se centró en velar por la salud de la población civil, en especial refugiados, huérfanos, heridos y desfavorecidos, y mejorar las condiciones de los presos.
Cuando se produjo el asalto a las cárceles de Bilbao en respuesta a los bombardeos alemanes sobre la ciudad se dirigió a las prisiones con médicos y ambulancias para socorrerlos y detener los desmanes, también exigió la detención de los guardias implicados. Para él las vidas de todos eran importantes, incluso las de los enemigos.
Su dedicación a proteger a los más vulnerables iba a costarle la vida.
El 11 de junio participó en la evacuación de los niños y personal sanitario del Hospital de Gorliz además de otros refugiados que huían de la ofensiva franquista. A bordo del buque “Warrior” consiguieron ponerlos a salvo en Francia, pero Espinosa estaba impaciente por regresar a pesar del cariz negativo que tomaba la contienda y los prudentes consejos para que se mantuviera en el exilio. Había conseguido medicamentos y material sanitario y conocía la urgente necesidad que de ello se tenía, no podía quedarse al margen. Lo intentó en un mercante pero fue reconocido y obligado a desembarcar. Entonces contactó con un piloto, Yanguas, que contaba con un bimotor de la compañía Vasco Air Pyrénées.
El 21 de junio salió de Tolouse junto con otras cinco personas, su secretario Emilio Ubierna, José Antonio Aguirre, Eugenio Urgoiti, el mecánico Pablo Martínez y George Rouge. Al sobrevolar Zarautz Yanguas fingió una avería en lo motores y siguió mintiendo: No había problema, aún estaban en Francia.
Una traición bien urdida, les estaban esperando. Habían retirado las casetas de baños de la playa, el alcalde había recibido la orden de apagar las luces que fueran visibles desde el mar y tenían órdenes de no disparar sobre el avión, los querían vivos. Fueron apresados en cuanto tomaron tierra. Al día siguiente, todos excepto el piloto, fueron trasladados a Vitoria.
En un primer momento Espinosa, Aguirre, Ubierna y Urgoiti fueron condenados a muerte, más tarde se conmutó la de los dos últimos por cadena perpetua. Los rebeldes contra el gobierno legítimo les condenaron por delito de adhesión a rebelión militar, sería irónico si no fuese tan trágico.

Fotografía del libro “Alfredo Espinosa. Un republicano al servicio de Euskadi”
De nada sirvieron los intentos del Gobierno Vasco, el cónsul argentino en Bayona, el embajador inglés y el arzobispo de París por proceder a un canje de presos. Para la propaganda franquista era una pieza demasiado valiosa, todo un consejero del Gobierno de Euskadi. Para los demás, solo un hombre bueno.