Vida del pintor Ángel Olarte y su padre Teodoro, presidente de La Vitoriana fusilado por el franquismo
Ángel Olarte murió con 26 años y un prometedor futuro como pintor, mientras que su padre Teodoro fue fusilado en 1936 cuando era presidente de la Diputación y copropietario de La Vitoriana
- Ángel Olarte Arnaiz. Vitoria-Gasteiz 2 de octubre de 1897 - 18 de agosto de 1924 Vitoria-Gasteiz: pintor.
- Teodoro Olarte Aizpuru. Vitoria-Gasteiz, 26 de marzo de 1873 - 18 de setiembre de 1936, proximidades del Bayas, cerca de Miranda de Ebro: político y presidente de Panificadora Vitoriana ('La Vitoriana').
Hace unos años tuve la fortuna y el privilegio de conocer a la señora Carmen Salto Olarte. Fue ella la que tuvo la gentileza de ponerse en contacto conmigo al saber que me interesaba por la biografía de su tío Ángel. Me ofreció reunirnos una tarde para hablar de él y de su ilustre abuelo, Teodoro. Una dama amabilísima y con una memoria excelente, que hizo que las horas parecieran demasiado cortas.
Me habló del vacío que la precoz muerte de Ángel Olarte Arnaiz dejó en su familia, que ya había sido golpeada por la parca hacía cuatro años. La hermana de Ángel, María, murió a los 19 años también de tuberculosis. Hablamos de la desolación de sus amigos y de su novia Juanita Hernáez, quien, a pesar de los muchos pretendientes que se acercaron a ella tras la desaparición de su prometido, permaneció siempre soltera y falleció octogenaria. “Un hombre excepcional”, me decía, “inteligente, culto, sensible y guapo, ¿Cómo iba a poder encontrar a alguien como él?”.
No solo fue una tragedia para aquellos que le querían, que eran muchos. Yo añadiría que el arte perdió a un hijo cuyo talento empezaba a despuntar. Porque Ángel Olarte Arnaiz abandonó el mundo de los vivos con tan solo 26 años y la promesa de una carrera brillante.
Ángel se dedicó a la pintura, pese a que su familia era propietaria de la Panificadora Vitoriana
Gracias a la posición desahogada de su familia, Ángel pudo dedicarse en cuerpo y alma a la pintura. Parece ser que no estuvo matriculado en la escuela de BBAA de Vitoria, pero asistió a a la academia del pintor Ignacio Díaz Olano en la calle del Arca y su nombre pronto empezó a aparecer en certámenes vitorianos junto con los de aquellos que se constituirían en el núcleo de sus amigos y colegas: Obdulio López de Uralde, Saturnino Ortiz de Urbina y Ezequiel Carrera Aberásturi. Autodenominados “los tres mosqueteros”, los cuatro partirían hacía Madrid en busca de la gloria. Aquella ciudad llena de contrastes, hervidero de intelectuales y artistas, pero todavía reticente con la modernidad, les fue esquiva.
Vivieron la aventura de la bohemia y se enfrentaron a la necesidad, chocaron contra la rémora de las ideas anticuadas y bebieron aires nuevos… jóvenes llenos de esperanza soñando con el reconocimiento de su talento, conociendo los cafés y formando tertulia con escritores y artistas plásticos llegados de otros lugares con sus mismos anhelos, descubriendo el mundo… seguro que a pesar de las frustraciones fueron tiempos felices. De aquellos cuatro no fue Ángel es único que falleció prematuramente, Ezequiel Carrera desapareció con 19 años, en 1918.
No puedo evitar imaginar cómo sería la conversación que tuvo Ángel con su padre cuando le planteó su decisión irrevocable: no aceptaría el puesto, que como primogénito le correspondía, al frente de la fábrica de harinas que su padre planeaba construir en Bermeo y no tomaría en un futuro las riendas de la Panificadora Vitoriana.
Él era pintor y se dedicaría en cuerpo y alma a seguir su vocación. Me admira que su padre aceptara y apoyara su decisión a pesar, estoy segura, de que le produciría una tremenda frustración. Si tenemos en cuenta el contexto histórico y social resulta aún más sorprendente que su progenitor respetara su decisión, una muestra más del carácter excepcional de Teodoro Olarte. Sabemos que siguió financiando su formación. Ángel inició un periplo por distintas ciudades europeas: París, Múnich, Núremberg, Florencia, Venecia, Roma…. al finalizar lo que sin duda fue una borrachera de luz, imágenes e impresiones nuevas, realizó una exposición individual en los salones del Ateneo de Madrid.
El crítico Juan de la Encina supo ver en sus obras “sensibilidad pictórica, delicada y alerta, que asimila rápidamente los supuestos de la pintura actual” y añadió: “Olarte posee una de las sensibilidades pictóricas más delicadas y perceptoras que conocemos entre los pintores noveles españoles. Por eso hay que esperar y exigir de él el esfuerzo indispensable, largo y duro, para que desgaje su personalidad del cúmulo de influencias que ahora sufre”.
Apenas tuvo tiempo, aun cuando se volcó en ello con fiera determinación, peleando con la tuberculosis que mermaba sus fuerzas, sometiéndose a tratamientos de aguas en balneario burgalés de Fuente Caliente, trabajando incesantemente, cada vez con obras más introspectivas e interesantes… no pudo ser, el 18 de agosto de 1924, a las cinco de la tarde, falleció en el domicilio familiar de la calle de los Fueros. Al contemplar sus obras siento una sensación agridulce. Disfruto de ellas, pero no puedo evitar pensar lo que su prematura muerte robó al mundo.
Teodoro Olarte fue presidente de la Diputación y copropietario de Panificadora Vitoriana
Aquella tarde, junto a Carmen Salto Olarte recordamos a su tío y como no podía ser de otra manera, a su abuelo y padre de Ángel, Teodoro Olarte Aizpuru. Otra vida segada precozmente, esta vez no por la enfermedad, sino por el odio y la sinrazón.
Teodoro Olarte era un industrial, copropietario de la empresa Panificadora Vitoriana. Se había casado en 1896 con Juana Arnaiz Villaoz con la que tuvo cuatro hijos. Un hombre tolerante, apreciado por gentes de distintas procedencias, estratos sociales e ideas, republicano, contrario al uso de la guerra como instrumento político, a favor de una articulación territorial distinta, preocupado por la modernización y desarrollo de su provincia, consciente del valor del acceso a la educación (una de sus frases favoritas era “ni un niño sin escuela”), concejal y presidente de la Diputación de Álava.
- Fusilado al inicio de la Guerra Civil
Ostentaba este cargo cuando se produjo la sublevación militar. El 18 de julio de 1936 fue detenido y conducido a la cárcel de Vitoria. Gracias a la intercesión de Santa Olalla, afín a los sublevados, se conmutó el encierro por arresto domiciliario. Poco duró esa gracia, el 17 de septiembre fue detenido de nuevo junto a su hijo Juan. En la madrugada del día siguiente fue sacado de prisión, trasladado a Bayas, cerca de Miranda de Ebro, y fusilado junto a un empleado del Banco de Vitoria, apellidado Luna, un músico del que se desconoce el nombre, y otra persona más.
Asesinado en la impunidad de la alborada, sin juicio ni comunicación a la familia. Solo puedo atisbar el dolor, el miedo, la angustia… siento una opresión en la boca del estómago que me humedece los ojos al imaginar a su familia presentando una denuncia por su desaparición en el juzgado de Vitoria después de saber que no estaba en la cárcel y no les daban razón de su paradero. El deseo de saber y el temor de saber.
Una comunicación escueta: Fallecido por muerte violenta, sin investigaciones posteriores. Ni tan siquiera se les permitió celebrar unos funerales a pesar de la petición del obispo Múgica. El gobernador lo prohibió expresamente. Tuvieron que pasar muchos años, demasiados, para que se le dispensara justo reconocimiento (Medalla de Oro de Álava a título póstumo, homenajes,..) y para que su retrato volviera a colgar de la pared de la Diputación de Álava, junto con los demás presidentes.
Fue asesinado con 63 años, aún tenía mucho que hacer en el mundo, un hombre cuyo rasgo más destacado por sus coetáneos era la tolerancia, sin olvidar su apuesta por la modernidad, la no violencia, el acceso a la educación, el respeto a la voluntad de las decisiones democráticas,…. no puedo evitar pensar que en Bayas todo eso murió con él, eso es lo que pretendieron asesinar. Tengo la esperanza de que rescatar su memoria es resucitar sus ideales.
Ambos, Ángel y Teodoro, reposan en el cementerio de Santa Isabel, en la calle Santa Isabel número 85, junto a sus familiares. Esperanzas truncadas, pero vuestra vida, vuestra huella, será faro.