"Me dijeron que para trabajar tenía que ponerme una peluca"

18 septiembre, 2022

Dora Gálvez fue diagnosticada con alopecia areata universal hace tres años, una enfermedad autoinmune que lucha cada día por visibilizar

Dora aún recuerda su pelo rizado, pelirrojo y abundante que tanto la caracterizaba hasta hace cuatro años, antes de ser diagnosticada con alopecia areata universal. Todo comenzó un día en la peluquería, donde le vieron una pequeña calva a la que no dio ninguna importancia.

Varios meses después, regresó a la peluquería y ya eran cuatro las calvas que tenía: "Me corté el pelo para darle volumen y poder esconderlas, pero cada vez se hacían más grandes", explica. Dora se quedó entonces embarazada y recuperó un poco de pelo, pero nada más dar a luz lo perdió todo. "Se me cayeron hasta las cejas y las pestañas", recuerda.

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Cuenta que los médicos achacaban su caída de pelo al estrés y una dermatóloga le llegó a recetar pastillas para la próstata: "Eran para la caída del cabello pero estaban totalmente contraindicadas para las mujeres". Tras un periplo por varios médicos, consiguió que un inmunólogo del hospital de Cantabria la recibiera: "Me hizo decenas de pruebas y me explicó que el desencadenante de las enfermedades autoinmunes sí que es el estrés, pero no es la causa. Mucha gente vive pensando que está calva por estrés".

Volver a reconocerse

El camino a la aceptación ha sido largo y duro para Dora. "Ahora me veo, me quiero y me respeto, pero antes me miraba y no sabía quién era. La persona que siempre había sido ya no existía", explica. La gente de su alrededor tampoco se lo puso nada fácil: "Todo el mundo me decía que me tapara y que no saldrían a la calle conmigo si no me ponía una peluca. También me decían que mi hija cogería un trauma y que iba a sentir vergüenza cuando fuera mayor. La sociedad te hace creer que te tienes que esconder".

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Pero qué equivocados estaban, ya que fue precisamente su hija la que la ayudó a "despertar" y a salir a la calle sin miedo. "Yo no dejaba que mi hija me tocara la cabeza, pero un día se me engancho y empezó a jugar y a reírse. En ese momento me di cuenta de que para ella yo era su madre y me iba a querer tal y como era, así que esa misma noche me rapé entera y al día siguiente salí a la calle", recuerda.

Pero lo que fuera se encontró nada tenía que ver con lo que se imaginaba. "La gente se quedaba mirándome. Varias mujeres me pararon para preguntarme cuánto me quedaba de tratamiento. Recuerdo que fui a una tienda de complementos y la dependienta me metió corriendo al baño, me dijo que muchas mujeres como yo se escondían para probarse las cosas", cuenta.

La mayor discriminación la encontró en una entrevista de trabajo donde le preguntaron si su tratamiento le iba a impedir cumplir con el horario. "Cuando aclaré que no estaba enferma, la encargada me dijo que no tenía nada en contra de mi imagen pero que me tenía que poner una peluca para no herir la sensibilidad de la clientela. Lo más surrealista fue que el chico de recepción estaba calvo y él no llevaba peluca".

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Fue entonces cuando decidió plasmar todo lo vivido en el libro 'Las Calvas Existimos'. "Durante estos tres años he sufrido discriminación y maltrato verbal por ser una mujer calva. He sido víctima de la tiranía de la imagen por el sexismo social que existe en cuanto a mujer e imagen física. Hoy día mi objetivo personal es visibilizar la calva femenina y, que gracias a esta visibilización, se produzca una llamada de empatía, concienciación y cambio social para que las mujeres calvas dejemos de sufrir este estigma".