El fin de las cabinas telefónicas
Hace exactamente un mes lamentábamos en esta misma sección el triste final de uno de los buzones del Barrio de El Pilar. Felizmente, ese buzón ha sido sustituido. Sin embargo, parece que no albergará en su seno muchas cartas, más allá de los tradicionales christmas de Navidad. Quien tampoco parece que albergara en su seno […]
Hace exactamente un mes lamentábamos en esta misma sección el triste final de uno de los buzones del Barrio de El Pilar. Felizmente, ese buzón ha sido sustituido. Sin embargo, parece que no albergará en su seno muchas cartas, más allá de los tradicionales christmas de Navidad.
Quien tampoco parece que albergara en su seno mucha gente es la cabina telefónica que falta en esa imagen. Ubicada en Beato Tomás de Zumárraga, Telefónica retiró la semana pasada dicha cabina. La compañía solicitó hace un lustro la retirada de aquellas cabinas que no fuesen rentables.
El reglamento exige que haya una cabina por cada 1.500 habitantes. Telefónica está obligada a cumplir esta norma, pero hay que tener en cuenta que en esta cuenta entran los teléfonos públicos en bares y otros establecimientos. En cualquier caso, Telefónica ha jubilado en los últimos cuatro años al 20% de las cabinas de España. Es un dato elocuente, pero que habla del cada vez menor uso de estas cabinas.
La propiedad de estos terminales es de Telefónica, aunque se financia con cargo al Servicio Universal, lo que se traduce en que finalmente lo pagan todos los operadores.
En la aniquilación de estas cabinas han colaborado varios frentes. El primero y más importante es el teléfono móvil. Pero también ha ayudado a ello la proliferación de los locutorios, con costes de llamada al extranjero muy inferiores a los de las cabinas. Y, por si no se acuerdan, hay que unirle los 'atracos' que cometen las cabinas al no devolver cambio.
El soporte publicitario es, sin duda, la mayor fuente de financiación de Telefónica con este método. Desde 1.000 euros al mes en Vitoria, en muchas ocasiones los ingresos por este concepto son compartidos con las instituciones locales.
Por desgracia, poco a poco van muriendo. No parece que quede otro remedio. Las históricas cabinas londinenses también están condenadas a la desaparición. Mientras tanto, muchos nos quedaremos con el genial corto de Antonio Mercero.
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