El Hospicio Vitoriano: Ayudando a los necesitados desde 1777
Fundado en 1777, el Hospicio de Vitoria es una de las más antiguas muestras de apoyo a los más necesitados de nuestra ciudad.El antropólogo y experto en Bioética, Juan Lezaun ha analizado en su tesis los orígenes de este centro, desde 1777 hasta el fin de la segunda de las Guerras Carlistas en 1876. La creación […]
Fundado en 1777, el Hospicio de Vitoria es una de las más antiguas muestras de apoyo a los más necesitados de nuestra ciudad.El antropólogo y experto en Bioética, Juan Lezaun ha analizado en su tesis los orígenes de este centro, desde 1777 hasta el fin de la segunda de las Guerras Carlistas en 1876.
La creación del hospicio de Vitoria-Gasteiz fue posible gracias al decidido apoyo de un grupo de ilustrados alaveses encuadrados en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País que se implicaron en un proyecto cuya intención no fue reproducir en Vitoria el sistema asistencial al desfavorecido que estaba implantado en el resto España. Estas instituciones fueron concebidas bajo criterios de beneficencia, en donde quizás el objetivo principal no era la atención de la criatura expuesta sino el mantenimiento de privilegios, sueldos y presupuestos para sostenerse los propios administradores e instituciones. Por el contrario, en el ánimo de los promotores del hospicio de Vitoria-Gasteiz estaba el idear un centro que no sólo fuera capaz de cubrir las necesidades materiales más básicas de los necesitados, sino que también cultivara la inteligencia y el espíritu de los desfavorecidos mediante el fomento de su educación y el aprendizaje de diversos oficios.
De esta forma, si algo se puede destacar del hospicio de Vitoria-Gasteiz, es que desde un primer momento se apostó por desarrollar una tupida y extensa red social en la que poder apoyarse para prestar y velar tanto por la calidad de los cuidados comprometidos como de la honradez de las personas implicadas en los mismos, e incluso, en el sostenimiento económico de la institución en momentos críticos. El hospicio vitoriano fue por tanto una modelo de gestión innovador y adelantado a su tiempo que sirvió de espejo en el que mirarse para otras instituciones asistenciales del estado que en años, e incluso siglos posteriores, replicaron el modelo asistencial vitoriano
Por otra parte, puede resultar curioso y hasta casi paradójico conocer los antecedentes de usos que tuvieron los terrenos sobre los que descansaba el hospicio vitoriano: y es que precisamente estos no destacaron por ser un ejemplo modélico de integración. Ya que en aquella misma parcela había estado ubicada la sinagoga de la antigua judería vitoriana hasta que los judíos fueron expulsados de de la ciudad, y tras la desaparición de esta los terrenos fueron ocupados por los jesuitas que igualmente terminaron siendo expulsados tras la Pragmática Sanción de 1767, en virtud de la cual se decretó la incautación del patrimonio de la Compañía de Jesús y su expulsión del Reino de España.
Por eso, no sería hasta el año 1777, en que los terrenos fueron finalmente adquiridos por la Junta del Hospicio, cuando este centro vio al fin la luz. El edificio se concibió con la finalidad, no sólo de ofrecer cobijo y atención a pobres y vagabundos, sino y de forma especial, de dotar a la ciudad de una casa de expósitos en la que poder ofrecer una atención integral a la infancia que por entonces resultaba abandonada —expuesta— en cruces de caminos, pórticos de iglesias, cunetas o en el propio torno de entrada al hospicio.
Desde el primer momento de su puesta en funcionamiento, la casa de los expósitos funcionó como una unidad autónoma dentro de hospicio vitoriano. Su esquema de funcionamiento posibilitó que muchos de aquellos niños no sólo tuvieran un lugar en el que vivir durante su primera infancia, sino que a muchos de ellos también les ofreció un apoyo en etapas posteriores de sus respectivos recorridos vitales.
Cuando en el hospicio se sabía de algún recién nacido en situación de desamparo el primer objetivo a conseguir, tanto por la Institución como por las personas implicadas en el parto y en el traslado al hospicio, fue el de la protección de la vida física y espiritual del expósito. En aquellos tiempos no era inusual que el neonato fuera depositado en el torno de la puerta del hospicio, o en su defecto abandonado en caminos o lugares en los que pudiera ser encontrado lo más rápidamente y por personas de bien a fin de procurarle una mejor vida de la que le esperaba de ser aceptado en su familia de origen. La hora más habitual para la exposición eran las horas previas al amanecer aunque también se documentan algunos casos de abandonos a plena luz del día. El rigor del clima alavés y la precariedad con la que muchos de los recién nacidos iban arropados podía ser determinante para la supervivencia si a ello se sumaba un tardío y no adecuado traslado al hospicio.
En el hospicio, era donde la criatura recién nacida recibía los primeros cuidados. Un administrador registraba las condiciones en las que había sido encontrado y decidía los cuidados más urgentes a administrar. Saber elegir en qué orden proporcionarle higiene, calor, leche o un rápido y oficial ritual de bautismo podía ser determinante para la vida del expósito.
Tras ello, un segundo paso era ponerle en manos de una nodriza de calidad. Generalmente era esta una mujer que había perdido recientemente su criatura y por tanto, que todavía tenía leche y se ofrecía al hospicio para alimentar un expósito. Esta mujer debía portar un certificado de salud emitido por autoridad sanitaria, generalmente el médico de su pueblo, y un certificado moral emitido también por una autoridad que, indistintamente, podía ser al alcalde o el párroco del pueblo en el que vivía. Se buscaba con este control el que la criatura tuviera la mejor de las leches posibles y que en el propio acto de la lactancia (como creencia del momento histórico) la nodriza transmitiera al lactante su moralidad, sus valores diríamos hoy en día, con la que hacer de él, en el futuro, una persona moralmente aceptable.
El hospicio firmaba con la nodriza elegida un contrato por un periodo de cuatro años en los que se especificaba el compromiso de la mujer hacia la criatura respecto del alimento y del cuidado que ésta debía prestar; el compromiso de la institución a aportar el vestido en talla y tiempo adecuados; la forma y los tiempos en los que estos cuidados debían ser supervisados así como la remuneración económica con la que era la nodriza recompensada.
Si tras este tiempo se establecía una relación afectiva de la familia de acogida con el lactante, se procedía a formalizar un nuevo contrato de prohijamiento o adopción en el que se volvían a redactar nuevas cláusulas sobre compensaciones, cuidados, educación, así como del sueldo que el joven adoptado debía recibir cuando fuera capaz de contribuir a la economía familiar. De no establecerse ese vínculo afectivo, la nodriza remitía al expósito, tras los cuatro años que había el durado el contrato de manutención, al hospicio.
Una vez en el hospicio, todo interno, niño o niña, era mantenido, formado y educado por y en la institución de acogida. La educación era obligatoria para todos, sin distinción de sexo o de limitación física o intelectual. Los maestros debían cumplir escrupulosamente el programa docente marcado y se realizaba una valoración continua e individualizada de cada interno para tratar de descubrir el talento, el don, que cada niño o niña pudiera tener con el fin de poder diseñar y programar su futura formación profesional.
Esta formación profesional se concertaba con maestros artesanos de la ciudad de Vitoria principalmente y de ciudades cercanas si fuera necesario. En el mismo contrato se especificaba también la cantidad de dinero con el que se debía remunerar al alumno en cuanto éste fuera capaz de contribuir a la producción del taller. Para otros, en cambio, su salida profesional fue la Escuela de Magisterio, jóvenes de ambos sexos, en los que se intuía su vocación docente, fueron matriculados en la “Escuela Normal” y provistos de los libros y del material de estudio necesario para completar con éxito sus estudios.
Valores y ética del hospicio
Aunque hoy en día, a excepción de su capilla y su patio, el hospicio permanece cerrado y fuera de uso, la perspectiva que da el paso del tiempo permite valorar al hospicio vitoriano como una institución de carácter precursora en modelos asistenciales para la época en la que se insertaba. Su tipo de gestión, altamente innovadora y elaborada, sirvió de ejemplo para muchas otras instituciones que surgieron con posterioridad en diferentes lugares.
De esta forma, Lezaun valora de forma especial el empeño que pusieron sus promotores en “conseguir la integración social de todos y cada uno de los expósitos, hasta casi ser una obsesión para la dirección del hospicio. A todos se les facilitó educación y conocimientos para, una vez cumplida la mayoría de edad, poder ser integrados, capaces y autónomos, en la sociedad a la que pertenecían. Sólo para los portadores de grandes limitaciones físicas o intelectuales quedó reservada la vida adulta en el hospicio.”
Además de la calidad e innovación del centro, Lezaun también pone un especial énfasis en destacar que “el antiguo hospicio vitoriano transmite a la sociedad actual toda una lección de solidaridad y comportamiento ético: de saber que gracias a la colaboración desinteresada de personas de muy diversos orígenes y condiciones sociales de la población vitoriana fue posible que la labor de esta institución perdurara en el tiempo. Además, el funcionamiento de institución no contaba con una figura clara de liderazgo, sino que fueron muchas personas unidas por valores de altruismo quienes permitieron crear una red social de asistencia capaz de perdurar en el tiempo y que estuviera por encima de disensiones políticas, ocupaciones extranjeras, enfrentamientos fratricidas, penurias o epidemias”
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