El peaje de las primarias
El sistema electoral español recurrió a la Ley D´Hont para evitar, durante la transición, una excesiva lluvia de siglas en el Parlamento. Esta ley beneficia a los partido mayoritarios, y no es en absoluto proporcional. Desde 1982 AP y PSOE han sido las fuerzas dominantes en el Congreso y el Senado. Dos fuerzas que, en […]
El sistema electoral español recurrió a la Ley D´Hont para evitar, durante la transición, una excesiva lluvia de siglas en el Parlamento. Esta ley beneficia a los partido mayoritarios, y no es en absoluto proporcional.
Desde 1982 AP y PSOE han sido las fuerzas dominantes en el Congreso y el Senado. Dos fuerzas que, en numerosas ocasiones han apostado por fortalecer el bipartidismo, en lugar de buscar una fórmula de representación más justa. La última de las medidas encaminadas a consolidad el bipartidismo, por poner sólo un ejemplo, es la que obliga a todas las televisiones a informar de cada uno de los partidos en función de la representatividad de cada uno. Hasta ahora esto sólo concernía a las televisiones públicas, pero la nueva Ley electoral incluye a las privadas. Desde la UTECA ya denunciaron esta medida, que supone una vulneración clara de la libertad de expresión.
La partitocracia es la fórmula bajo la cual se sustenta el actual estado de derecho. PP, PSOE, CiU y PNV controlan el Parlamento y se benefician del actual sistema de recuento de votos.
España no está acostumbrada a disfrutar de debates internos en los partidos políticos. Es más, generalmente quien alza la voz acaba siendo expulsado de la formación o, en su defecto, escondido. El culto al líder, el Si Wanna, impera en todas las formaciones. Ni los 800.000 afiliados del Partido Popular ni los 220.000 del Partido Socialista deben salirse en ningún momento de la línea oficial.
Y esto también tiene que ver con la percepción de los ciudadanos. En España no existe una cultura democrática de debate, de intercambio de opiniones. Y ello pese a las innumerables tertulias de radio y televisión, en las que el pensamiento único (de izquierdas o de derechas) impera en la mayoría, y donde lo más interesante no es la exposición de razones, sino los insultos que se arrojan entre ellos.
Y a la hora de emitir el voto, los ciudadanos se dejan llevar más por el aspecto afectivo que por el racional. Por ello no hay lugar para el debate interno. La foto siempre queda mucho mejor con todos del mismo color. Si alguien lleva una corbata que no sea roja o azul, probablemente estropee toda la imagen.
Sea como fuere, y pese a que el debate enriquece, los ciudadanos no están acostumbrados a ver un pelea interna entre candidatos, en la que acaba habiendo, aunque no lo debiera, vencedores y vencidos. El Partido Popular no se ha atrevido aún a plantear en ningún caso debates abiertos. Y en el PSOE, aunque sí lo hacen, en la dirección están rezando para que no haya ningún oponente a Rubalcaba y el partido se pueda ahorrar un proceso electoral que, están convencidos, lastrará la imagen de la formación.
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