Las fiestas de Vitoria en 1923 y la copla de 'Inocente Gato' a Celedón
Este relato de Marta Extramiana acerca La Blanca de 1923, 99 años después
Dámaso Villanueva fue un industrial, político esforzado, miembro del partido republicano, de la Alianza Patriótica Alavesa constituida en 1915 para el fomento de Vitoria, concejal, músico, coplero, escritor, vicepresidente del Orfeón vitoriano,… un hombre agudo y con buen humor. Sus restos reposan en el Cementerio de Santa Isabel en la calle San Vicente número 16.
Recorremos las fiestas de 1923 de la mano de Dámaso Villanueva, Inocente Gato, en este relato de Marta Extramiana, y recordamos su copla a Celedón:
Una última mirada satisfecha al espejo, la barba espesa y bien recortada, el pelo cuidadosamente peinado hacia atrás, el cuello almidonado, el nudo impecable…, y sale de la habitación tarareando una de sus alegres tonadas. Realmente parece estar de muy buen humor. Aunque no es que eso sea algo excepcional, el señor Villanueva es conocido por su buen talante y su sentido del humor. Sin embargo hoy podríamos decir que hay una chispa traviesa en sus ojos.
-¿Vas al Casino, querido? – Doña Cándida López de Uralde, su esposa y madre de sus afectuosos y ya mayores hijos: Francisco, Víctor, Lucia y Eustaquia, le ha interrumpido el paso. Por su tono, porque está a medio vestir y porque la conoce, deduce que sabía exactamente a donde se dirigiría después de comer. – Bien, yo voy con unas amigas a los veladores de la calle Dato, a tomarnos una leche helada con canela… luego se pone imposible cuando salen de los toros.
-Claro querida, que lo pases bien. Recuerdos a Doña Clarita y demás.- y mentalmente añade: Y que disfrutéis de los cotilleos.
La salida de los toros en las Fiestas de la Virgen Blanca era el mejor momento para apostarse en alguna de las mesitas que sacaban los cafés de la calle Dato, y desde esa atalaya proceder al “pase de revista” de conciudadanos y forasteros. Mientras, gracias a largos barquillos sorbían con fruición la leche helada, el sorbete de limón o el mantecado. Podían criticar la falta de idoneidad del atavío de algunas jóvenes, el aspecto de sus nuevos novios, la falta de elegancia de la señora de tal o el desaliño de algún foráneo. Una diversión aparentemente inocente que podía a veces llevarlas al confesonario. Que él recordara esto ocurría desde los tiempos en que se llamaba calle de la Estación.
Ya en la calle se siente momentáneamente aturdido por el bullicio. Un grupo de músicos pasa a su lado inundado su cerebro de sones de fiesta, los jóvenes saltan detrás de ellos siguiendo el ritmo con mayor o menor acierto. Alguno ha regado demasiado generosamente la comida con vino. Los berridos de un niño expulsan los alegres acordes de sus oídos.
-¡Que ahora no están! ¡Basta de lloros!- le grita su madre sin obtener resultados.-¡Si te portas bien te llevamos luego a las barracas!
-¡El Escachapobres me da miedo!¡Quiero ir a casa!- replica el pequeño entre sollozos.
-¡Te hemos dicho que ahora no está! ¡Te voy a dar dos cachetes!-amenaza el padre.
Aunque sus hijos sean mayores todavía recuerda lo difícil que es sobrellevar a un niño en ese estado. Y realmente no se puede culpar al chiquillo: los gigantes y cabezudos de Vitoria llevan desde 1917 provocando pesadillas a los más pequeños. Los gigantes les impresionan, pero son las vejigas hinchadas con las que les amenazan los cabezudos lo que les hace temer a Pintor, Escachapobres, Cachán y Celedón. Y como corren a pesar de las pesadas cabezonas… hasta él ha dado más de un respingo. Mientras se aleja se pregunta si el muchachito montará esta tarde en los refulgentes tiovivos y columpios plantados en la calle Cadena y Eleta.
-¡Don Dámaso Villanueva! ¿No ha ido usted hoy a los toros?... – una banda ahoga el resto de la conversación, o más bien monólogo de su amigo. Tocan el pasacalle de Mariano San Miguel, Celedón, compuesto en 1918. Dámaso sonríe, la chispa de travesura vuelve a asomar a sus ojos. En 1921 le pusieron letra: se estrenó en el Nuevo teatro y al escucharla a él empezó a rondarle una idea.
-La Virgen Blanca es mi Patrona, y a ella le pido ruegue a Dios que me conserve salud y vida para seguir con devoción, yendo a los toros, bebiendo vino, corriendo juergas más de mil…. Celedón ha hecho una casa nueva, Celedón, con ventana y balcón….
- Vocean más que cantan los que siguen a la banda, los brazos alzados, saltando, brincando…
Aprovecha para despedirse con un gesto y continúa hacia el casino. No ha sido fácil atravesar la fiesta pero al fin está siendo recibido por sus amigos.
-Don Dámaso… ¿o debería decir Don Inocente Gato?
Ríen la broma. Es así como firma sus agudezas rimadas, un seudónimo que no le sirve para ocultarse.
-Señores, por favor, soy un hombre serio- contesta con entonación guasona. Pero todos saben que lo es. Que es un hombre serio cuando se preocupa de que el negocio heredado de su padre, una empresa tintorera fundada en 1820, prospere. Y lo es cuando se dedica a la política como concejal republicano. Incluso lo es cuando narra las pequeñas historias y costumbres de su tierra y cuando sea vicepresidente del Orfeón Vitoriano también lo será. Pero cuando escribe sus chanzas, o las ligeras piezas musicales destinadas a divertir… entonces es Inocente gato.
Carraspea, mira alrededor comprobando la atención.
-Tomando del cantar el pie / quiero saber el porqué / de un problema tremebundo: / ¡Quiero averiguar qué fue / Celedón, en este mundo!. / Si miro a su casa nueva / y, allí, no veo a una Eva, / saco, como corolario, / que Celedón trazas lleva / de haber sido un solitario. / Que se ajustaba a la cuenta / de que, mejor que parienta / que le gastase sin tino / era el emplear su renta / en buen pellejo de vino. / Así, hecho un perulero, / el amigo Celedón, / agarraba un gran moquero / y. a sus anchas, placentero, / lo aventaba en el balcón. / Como el clásico opinaba / que la vida un sueño era / y en un sueño la pasaba / y a pierna suelta roncaba. / Cada hora una jumera./ – las risas empiezan a hacerse notar.- De ello tiro, en conclusión, / que el célebre Celedón / fue un célibe estrafalario / y un pequeño propietario / y, además, un borrachón… /.
- Dámaso pasea la vista por los allí reunidos con una media sonrisa antes de añadir:-./ .y que en Vitoria hay muestrario / de tan bella descripción/.
Un coro de carcajadas compite con los sonoros aplausos por llenar el aire de la sala. Dámaso se inclina para saludar, no le es extraño recibir aclamaciones populares. Sus partituras y letras son acogidas siempre con entusiasmo, la calle Dato, Vamos a la pochanga… la gente las tararea de camino al mercado, las canta cuando festeja…
Al fondo unos jóvenes entonan una melodía que le es muy familiar, el mismo la compuso, aunque con otra letra:
-Y dicen, y dicen, que Villanueva es pistonudoooo. Como Villanueva no hay ningunooo.