José Luis Abaitua: el relojero fusilado en Azazeta

José Luis Abaitua formaba parte de una familia de relojeros, y fue uno de los fusilados en Azazeta en 1937

José Luis Abaitua Pérez. (Vitoria-Gasteiz, 1899 – Puerto de Azáceta 1937). Miembro del Partido Nacionalista Vasco, relojero y comerciante. Asesinado.

Dooongg…., dooongg…, las dos. Una sonoridad grave y cálida que hace que el silencio se rompa con una vibración amable y conocida. Lo miro, no sé cuántos años tiene, lo he conocido toda mi vida. Una caja de madera sólida, la luz resbala por ella con un brillo mate, sin estridencias. Tras el cristal, el péndulo dorado se mece de un modo hipnótico. La esfera es blanca, sobria, elegante y en ella destaca la firma de su autor: José Luis Abaitua, Vitoria. Según mi abuelo, el mejor relojero de Vitoria. Por eso estaba tan orgulloso con su compra.

Tantos años creciendo al lado de este reloj con ese único dato, sin conocer su trágico final de manos de la sinrazón y el odio. Ha tenido que pasar mucho tiempo para que su historia pueda contarse en voz alta, para que su memoria sea revindicada.

Hace unos días tuve el privilegio de conocer a su nieto, el lingüista Joseba Abaitua. Gracias a su generosidad compartiendo los datos que había recabado de su familia, pude hacerme una idea más aproximada del autor del viejo reloj. Un instrumento para medir el tiempo y que sin embargo, parece inmune a él. Un reloj hecho para durar.

jose luis abaitua relojero

Maquinaria del reloj

Y no es de extrañar al conocer la genealogía de José Luis Abaitua. Su abuelo, Francisco de Paula Abaitua Azcunaga, nacido en Escoriaza en 1813, era maestro relojero. De hecho, construyó en 1856 la maquinaria del reloj de la Torre de la Colegiata de Santa María. Fue un encargo del Ayuntamiento que recibió a los 6 meses de contraer segundas nupcias en Vitoria con Maria Asunción Landa Elguea.

Éste reloj desapareció en alguna de las reformas y se desconoce su paradero. Pero el que hizo para la Torre de Elorriaga ha sido restaurado y está ahora en propiedad de la Fundación de la Catedral. Otro reloj que salió de sus manos ha sido también recientemente restaurado, el de la Torre de la Iglesia de los Santos hermanos Acisclo y Victoria en Santocildes, Valle de Tobalina, Burgos. Fue un trabajador prolífico, en el inventario de sus obras figuran el de Antoñana, Orbiso, etc…

Su hijo Luis Bernardo Abaitua Landa se casó con Rosario Pérez Sedano, una maestra de Medina de Pomar, cosa que desagradó al que ostentaba el mayorazgo de la familia materna, el tío sacerdote Justo Landa Elguea. Hombre profundamente carlista, lo desheredó por “casarse con una maqueta”. Esas amenazas no hicieron mella, probablemente porque no solo no compartía la ideología de su tío, al contrario, era totalmente opuesto: republicano y antimonárquico. Vivió dos repúblicas, vio fracasar la primera por medio de un golpe de estado y una dictadura con una restauración borbónica, y al morir en 1931 no tuvo que ver cómo la historia se repetía.

jose luis abaitua

Foto cedida por la familia de José Luis Abaitua

De esta unión nació José Luis Abaitua Pérez. No heredó las ideas de su padre, él era un ferviente católico y nacionalista (burukide del Partido Nacionalista Vasco), aunque sí el negocio familiar. Tenía un próspero negocio de joyería, platería y relojería. Un hombre devoto y respetado, viudo con dos hijas y un hijo, cuyo, probablemente, mejor amigo era el sacerdote Pedro Anitua. Prácticamente era un miembro de adopción de la familia.

Cuando se produjo la sublevación militar, todas las instituciones vitorianas fueron tomadas por los partidarios rebeldes y empezó el terror. La guerra continuaba y la política de eliminar a todos los que no comulgaran con las ideas franquistas se recrudeció. Después de que Elgezabal, Kortabarria y Estabillo fueran fusilados frente al muro del cementerio de Santa Isabel, y sus cuerpos expuestos como amenaza y escarnio, José Luis, animado por su amigo el sacerdote Anitua, pidió sus cuerpos para darles cristiana sepultura en el panteón de su propiedad. Tal petición no solo fue denegada, sino que llevó a Abaitua a la prisión. Fue puesto en libertad tras pagar una multa, pero muy pronto fue vuelto a detener y recluido en la prisión de la calle Paz. Sus hijos no volverían a verle con vida.

El General Mola estaba decidido a imponer un clima de terror que paralizara cualquier resistencia, al parecer su plan requería al menos sesenta asesinatos en la ciudad de Vitoria. Por ello elaboraron una lista con todos aquellos “no afectos al régimen”, una lista muy larga.

Abaitua tuvo la desdicha de encabezar esa lista por orden alfabético.

La noche del fusilamiento

El 31 de marzo, el delegado de orden público, Joaquín Pelegrín, firmó una orden de puesta en libertad de 16 presos. En torno de las doce de la noche, el jefe de Servicios de la prisión, Galo Zabalza, vestido de falangista, y el oficial de prisiones Gandara fueron los encargados de sacar de sus celdas a los prisioneros. A los 16 se les exigió que firmasen un escrito en el que constaba que eran puestos en libertad. En la calle les esperaba un pelotón de carlistas y falangistas capitaneados por el obrero de la industria zapatera, Bruno Ruiz de Apodaca Juarrero. Un hombre que más tarde se vanagloriaría de haber asesinado personalmente a más de 108 personas y que durante la dictadura fue nombrado inspector de policía y condecorado por su eficaz trabajo represivo.

Fueron obligados a subir a unos camiones. Quizás aquellos hombres no sabían a dónde los conducían, pero seguro que eran conscientes de que no era hacia la libertad. Tomaron el camino a Estella, por la carretera A-132. Se detuvieron en el kilómetro 16, allí los bajaron y los condujeron, maniatados de dos en dos, monte arriba. Les acompañaba un sacerdote, el Padre Recalde.

¿Qué se siente al ser conducido al matadero? ¿Un sacerdote puede ser testigo y no cómplice? ¿Es posible aferrarse a la esperanza cuando de noche, rodeado de hombres armados te internas en el monte? ¿Qué lleva a un ser humano a un asesinato sin sentido, frío y programado? ¿Qué hay detrás de los ojos de la víctimas y de sus verdugos?.... No sé si quiero respuestas, realmente no quiero imaginar el miedo, la angustia, la esperanza luchando por aferrarse a la vida, la certidumbre de la muerte, la maldad sorda y homicida.

Según iban siendo confesados, eran asesinados. El Padre Recalde recibió algunos objetos personales que entregaría posteriormente a sus familias. Del resto fueron despojados antes de enterrarlos, algunos aún con vida. A los familiares se les dijo que habían sido puesto en libertad. Tenían como prueba el documento que tuvieron que firmar los presos.

Pero el sacerdote Pedro Anitua sospechaba la verdad gracias a las fanfarronerías y amenazas de Bruno Ruiz de Apodaca. Por ello consiguió contactar con el Padre Recalde, quién le explicó lo sucedido y señaló el lugar donde se hallaban los cadáveres. Gracias a ello, y a los esfuerzos de Anitua, tanto los cuerpos del alcalde legítimo, Teodoro Gonzales de Zarate, de Manuel José Collel y de José Luis Abaitua fueron exhumados en 1940 y trasladados Collel y Zarate al panteón de este último y Abaitua al de su propiedad en el cementerio de Santa Isabel de Vitoria.

Las familias del resto de las víctimas se negaron a tener que trasladarlos casi de tapadillo, a que constaran como desaparecidos y no hubiera relato oficial del crimen. Hubieron de esperar a 1978, cuando fueron trasladados todos los restos en un solo féretro a la manzana 132, número 114 del cementerio de El Salvador.

En el panteón de la calle San Prudencio numero 74 reposan los restos de José Luis Abaitua, no así su legado. Quedan sus descendientes, el recuerdo de su honesta vida y su cobarde asesinato, y los muchos relojes construidos por él, que como el de la pared que tengo al lado, recuerdan que el tiempo pasa pero no la memoria de la historia.