Koldo Larrañaga: el asesino que puso en jaque a Vitoria-Gasteiz
Larrañaga fue hallado culpable de 2 de los 4 asesinatos que, entre 1998 y 1999, sembraron el miedo en la ciudad
Esther Areitio, Acacio Pereira, Agustín Ruiz y Begoña Rubio. Son los nombres y apellidos de las víctimas de 4 crímenes violentos y cruentos que, entre el 7 de mayo de 1998 y el 24 de mayo de 1999, sembraron el miedo en Vitoria-Gasteiz.
Una ciudad poco acostumbrada, pese a los asesinatos de ETA, a los de estas características. En apenas un año, observaba incrédula y horrorizada cómo se acumulaban los casos de personas apuñaladas salvajemente, con un trasfondo económico de por medio.
¿Un asesino en serie?
Con cada uno, y ante la falta de detenciones, la preocupación y el enfado corrían como la pólvora entre la gente. ¿Había un asesino en serie en la ciudad?
Las investigaciones policiales no daban con un sospechoso claro, no parecía haber un nexo de unión entre unos y otros, y las pistas y pruebas no eran concluyentes. Hasta el último crimen. El de Begoña Rubio. El nombre prácticamente les saltó a la cara: Juan Luis (más conocido como Koldo) Larrañaga. El asesino que puso en jaque a Vitoria-Gasteiz.
Las impresiones sobre él, las habituales de estos casos. Para familiares, amistades y vecinos, un hombre educado, amable, padre ejemplar y que se hacía querer. En teoría, nada violento. Otras voces lo tacharon de poco honrado. Alto, corpulento y con un cociente intelectual de 138, en sus declaraciones policiales y en el juicio se mostró frío, desapegado, sin empatía.
Un crimen salvaje
¿Cuándo empezó todo? Un jueves 7 de mayo de 1998. En su casa de José Pablo Ullibarri, en el barrio vitoriano de Aranbizkarra, una viuda y profesora de 56 años, sin hijos, habla por teléfono con un familiar. Son, aproximadamente, las 21:30.
Poco después, entran en el domicilio de Esther Areitio. Se cree que hubo, al menos, 2 personas. La puerta no está forzada. O ella los conocía o la engatusaron con alguna artimaña. La atacaron por detrás con un cuchillo de caza. Puñaladas en la parte posterior del cuello y en otras zonas del cuerpo.
Antes de morir, les da la clave de su tarjeta de crédito. Mientras la descuartizan con gran precisión en la bañera, otra persona cubierta con una capucha saca 75.000 pesetas de su cuenta en un cajero cercano. De madrugada, repetiría la acción en otro y conseguiría 97.000 pesetas más. Las imágenes de ambos descartan que fuera Larrañaga.
Limpian la escena del crimen, sin huellas dactilares. Pero dejan el cuchillo sobre el inodoro y un rastro de pelo.
Sobre las 5 de la mañana, empleados de Cepsa vacían los contenedores de la calle Burgos. Encuentran 6 bolsas de basura con los restos, envueltos en diversas prendas de ropa de la víctima, que les ordenan trasladar a Gardelegi y abrir allí. Cerca, una bolsa de deporte con material ensangrentado, un cuchillo, una toalla y una encuesta parcialmente escrita a mano. No era la letra de Koldo. Tampoco el pelo.
Maniatado y con un calcetín en la boca, Acacio recibió 15 puñaladas
Larrañaga vivió tres años enfrente de la casa de Areitio y coincidían en el Androide, un bar cercano. En un interrogatorio tras su detención, negó conocerla y que él la matara, pero no que estuviera allí o supiera algo más.
El cordelero apuñalado
Martes, 9 de junio de 1998. Familiares de Acacio Pereira le encuentran muerto en su casa, el número 29 de la calle La Paz. Cordelero muy conocido en la ciudad, con un negocio en el Casco Viejo, tenía 77 años y estaba enfermo de cáncer.
La noche anterior había picado algo en un bar cercano antes de recogerse. La policía pensó que el asesino pudo esperarlo agazapado en el rellano de la escalera, y aprovechó su llegada para acceder al piso, en la entreplanta.
Tras varios golpes en la cabeza, Acacio fue maniatado. Le metieron un calcetín en la boca y le apuñalaron 15 veces. Con un estilete o puñal de un solo filo. El asesino registró su casa y se marchó con la cartilla de ahorros. Ningún vecino oyó ni vio nada. No había pistas.
Las cámaras de seguridad grabaron a Larrañaga antes de asesinar a Agustín Ruiz
Más tarde, con Larrañaga detenido y en el punto de mira, la Ertzaintza descubriría que ambos hombres jugaron partidas de mus en el restaurante Ochandiano, de la calle Francia. Sin embargo, Larrañaga negó, una vez más, conocerle.
La discusión por deudas
Sin tiempo para reponerse de ambos sustos, y con la ciudad adormecida tras las fiestas de La Blanca, llega otro sobresalto. Jueves, 13 de agosto, tercer cadáver. El de Agustín Ruiz, de 73 años y empresario de máquinas tragaperras. Lo encuentra su hijo en la lonja de Los Herrán. Un gran charco de sangre da testimonio de las 45 puñaladas que recibió.
Larrañaga tenía socios de dudosa fama, así como estafas y deudas en su haber
Las cámaras de seguridad grabaron a Larrañaga poco antes de asesinarlo. Le había visitado en su taller para pedirle un préstamo. Ruiz se lo negó porque ya le debía dinero. En plena discusión, Larrañaga, como confesó en el juicio, cogió un destornillador y le apuñaló. Luego robó la cartera, un reloj y las llaves del piso de la víctima, del que se llevó 60.000 pesetas.
Con las mismas, volvió a Madrid. Porque para entonces residía en la capital española. A Vitoria-Gasteiz llegó con 17 años y el sueño de ser profesor. Estudió Magisterio, sin licenciarse, y recaló en una academia donde dio clases de euskera.
El primero de muchos empleos. Ninguno permanente. Acabó relacionado con diversos negocios (algunos de ellos de hostelería), con socios de dudosa fama y, según se dijo, con deudas y estafas en su haber.
La abogada dio la clave
Casado y con un hijo, a finales de los 90 se separó, conoció a otra mujer y se mudó a Madrid, donde vivía con ella. A Vitoria volvía para estar con su hijo, realizar algunas gestiones y asesinar. Fue lo que ocurrió el 24 de mayo de 1999. Su principio del fin.
Larrañaga viajó a la capital alavesa con una bolsa con ropa, guantes de látex y un cuchillo de monte. Quería una defensa legal para un delito de estafa. Eligió, en teoría al azar, el despacho de Begoña Rubio, joven abogada de 28 años, para comentar su caso. A primera hora de la tarde se reunieron en Siervas de Jesús. Quedaron en juntarse después para concretar detalles y trámites.
Ella apuntó su nombre en la agenda. Sería una pista concluyente. Aunque la dirección y el teléfono que su asesino le dio eran falsos. Larrañaga regresó al bufete y, mientras Begoña estaba de espaldas, la agarró y la apuñaló con el cuchillo de monte.
Pese a que le revolvió la ropa, no la violó. Tras revisar la estancia, robó 4.500 pesetas y huyó manchado de sangre. Intentó arreglarse en un bar cercano, se deshizo de los guantes y regresó a Madrid en autobús.
Larrañaga siempre negó los crímenes de Esther y Acacio
Mientras, el padre de Begoña, preocupado por su tardanza, acudió a su trabajo y descubrió lo ocurrido. Esta vez, las investigaciones policiales tenían un hilo del que tirar. Su nombre, un trozo de látex ensangrentado en el cuello de la víctima y varias huellas.
Detención, prisión y muerte en libertad
Cinco días después, el 29 de mayo, Ertzaintza y Policía Nacional detenían a Larrañaga en Madrid. En los registros en su domicilio hallaron ropa con sangre, las llaves de casa de Agustín Ruiz y otros indicios que podían relacionarlo con los casos de Esther y Acacio.
Su arresto acabó con aquella serie de asesinatos que tenían a Vitoria-Gasteiz en vilo. En su declaración, y ante muchas evidencias, Larrañaga reconoció los de Agustín y Begoña. Aludió siempre al robo como motivo. Pero negó las imputaciones por los otros dos crímenes. Fiscalía y autoridades policiales insistieron en su autoría pero, sin pruebas irrefutables ni una confesión, no pudieron acusarlo en firme en los juzgados.
Bajo una gran expectación mediática y social, fue condenado a 50 años por ambos crímenes. Vitoria respiraba aliviada. Larrañaga ingresó en la prisión de Nanclares, donde regentó el economato, dio clases de euskera y tuvo buen comportamiento. Tras 18 años, en 2017, un ataque al corazón le permite ser excarcelado de Zaballa.
Regresa a su pueblo natal, en Azkoitia, con su familia, donde aguarda un trasplante. Sin éxito. Fallece en enero de 2021. Tres años antes, en 2018, prescribieron los crímenes de Esther y Acacio. Su asesino, o asesinos, nunca pagarán por ellos.
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