La primera clase práctica
Es lunes, apenas faltan cinco minutos para que empiece mi primera clase práctica y voy caminando hacia la autoescuela, donde he quedado con mi profesor. Es el mismo camino que he hecho ya decenas de veces, el mismo que hacía para ir a las clases teóricas y el mismo que había hecho cada vez que […]
Es lunes, apenas faltan cinco minutos para que empiece mi primera clase práctica y voy caminando hacia la autoescuela, donde he quedado con mi profesor. Es el mismo camino que he hecho ya decenas de veces, el mismo que hacía para ir a las clases teóricas y el mismo que había hecho cada vez que quería hacer tests. Sin embargo hoy parece diferente.
Cuando te apuntas a la autoescuela y comienzas a estudiar el libro, concretamente el capítulo de señales viarias, siempre que vas paseando por la calle resulta inevitable el hecho de ir fijándose en todas y cada una de las señales que nos vamos encontrando a nuestro paso. Esto creo que es algo que nos ha pasado a todos durante nuestros primeros días de autoescuela. Es más, si en lugar de ir andando vas de copiloto en algún coche, resulta casi imposible no ir cantándole al conductor todas y cada una de las señales que van apareciendo en la calzada, especialmente aquellas de velocidad a las que parece no hacer demasiado caso.
Para el alumno de autoescuela esta práctica resulta tan didáctica como entretenida, lástima que no se pueda llevar a cabo durante mucho tiempo. A medida que vayamos cantando señales, sobre todo las de velocidad, iremos notando como a nuestro querido conductor se le van inflando los huevos de tanto oírnos, hasta que llegue el momento en el que debamos finalizar nuestro repaso y no volver a abrir la boca hasta llegar a nuestro destino. Es difícil establecer un tiempo concreto de repaso, es algo que depende de la paciencia de nuestro conductor, pero bajo mi experiencia he de decir que a la tercera amenaza de hacernos bajar del coche es un momento idóneo para empezar a cambiar de tema.
Cuando al andar por la calle o al ir de copiloto te fijas en las señales viarias con el objetivo de aprobar un examen (o de tocar un poquillo los huevos al conductor), ésta resulta una actividad bastante entretenida. Sin embargo, cuando la razón por la que te fijas en ellas es porque el conductor vas a ser tú y tu vida y la de los demás van a estar en tus manos, pues la cosa cambia un poco y el entretenimiento se transforma en tensión. De modo que allí iba yo, camino de la autoescuela, fijándome en todas y cada una de las señales que me iba encontrando, en el sentido de cada calle, en los carriles por los que debería circular dependiendo de si quisiera girar hacia un lado u otro…
Y así, casi sin darme cuenta pero con la sensación de haber hecho un trayecto más largo que las veces anteriores llegué a la autoescuela. Al poco tiempo llegó Jesús, quien iba a ser mi profesor, y nos dirigimos hacia el coche con el que iba a hacer las prácticas. Me preguntó si había cogido un coche alguna vez. Yo le dije que un par de veces en el parking del Buesa Arena pero que casi que no. En vista de esto Jesús decidió que sería él quien iba a conducir el coche hasta llegar a alguna zona un poco apartada del barullo de la ciudad, cosa que a mí me pareció más que razonable, y una vez allí hacer ya unos “ejercicios”.
Lo cierto es que aunque he de reconocer que algo de tensión sí que tenía por el hecho de que iba a coger un coche, tampoco estaba excesivamente nervioso. Y es que a todo el mundo que le había comentado que iba a empezar las clases lo primero que me decían es que estuviese tranquilo, que el primer día como mucho me llevarían a algún parking periférico donde hacer maniobras, que de circular por ciudad ni de coña. Bueno, la verdad es que aunque este comentario fue algo unánime en todas las personas con las que hablé, he de reconocer que no fue lo primero que me dijeron, sino lo segundo. El primer comentario que todos hicieron también de forma unánime fue preguntar a qué hora iba a dar las clases para no sacar ellos el coche…
En fin, que al tiempo que yo recordaba todo lo que la gente me había ido diciendo durante los últimos días y mientras Jesús y yo nos íbamos conociendo llegamos a las afueras de Salburua y allí, en un aparcamiento en línea casi vacío, intercambiamos posiciones. Mi aprendizaje comenzó con algo sencillo. Con las luces de “warning” puestas y sin salirme de la línea de aparcamiento, al igual que en la canción de Ricky Martin debía ir primero un poquito p’alante y después un poquito p’atrás. Aunque un poco a trompicones conseguí hacerlo. Entonces fue cuando me dijo que diera los intermitentes y me percaté de que todo lo que me habían dicho sobre que el primer día no circularía por la ciudad era mentira. Así que allí iba yo, conduciendo despacito (muy despacito) pero seguro, hasta que llegamos a una rotonda, donde descubrí la segunda mentira que me habían colado: los coches diesel no se calan.
Volví a encender el contacto y cuando vi que no venían coches en tres kilómetros a la redonda entré en la rotonda (o plaza, como me decía Jesús que había que llamarla) y cambié de dirección. Al poco pasamos junto al parking del Buesa Arena, donde había un coche de la competencia con el que un nuevo alumno como yo estaba haciendo las maniobras que a mí me habían prometido que iba a hacer durante mi primer día. Por un lado me dio envidia porque seguramente él, o ella, no iba tan cagado como iba yo, pero por otro lado me contentaba el hecho de estar haciendo cosas que pensaba iba a necesitar varios días para poder hacer.
Durante el resto de hora de clase que me quedaba anduvimos dando vueltas por el extrarradio de Vitoria, tratando de ir haciéndome poco a poco con el coche. Al principio hay muchas cosas que resultan complicadas. Lo primero que más cuesta y que de entrada da la sensación de que nunca vas a ser capaz de hacer es el hecho de que debes estar pendiente de mil cosas que suceden a tu alrededor, tanto dentro como fuera del coche. Debes mirar a lo que sucede delante de ti en la calzada por la que vas conduciendo, pero también debes estar atento a los cruces y fijarte en las señales para saber si puedes girar a la derecha o si debes ceder el paso a alguien, mirar de vez en cuando para atrás por los retrovisores para ver si vienen coches y mete ya segunda que el motor empieza a hacer ruidos raros, no no, cuarta no, segunda, sí, tienes que volver a embragar para meter segunda, ahí, vas muy bien, ahora vete frenando que viene un cruce, bueno bien, pero acelera un poco que el cruce está todavía a 50 metros, venga ahora decide cuándo salir, …, ahí podías haber salido, …, …, y ahí también, venga valiente acelera…
Poco a poco fue pasando el tiempo y cuando ya quedaba poco de clase nos dirigimos hacia la autoescuela, donde realicé mi primer aparcamiento. Allí me despedí de Jesús y quedé con él para el día siguiente, en el mismo sitio y a la misma hora.
Según me alejaba lo primero que hice fue llamar a mi madre para contarle todo lo que había hecho en mi debut como conductor, y es que es lo que tiene, tanto madre como primer día no hay más que uno.
3- La teoría
4- El psicotécnico (I): Cuando lo absurdo llega al ridículo
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