La sombra se cierne sobre la iglesia
Los campanarios de Ali, Elorriaga y Aretxabaleta compiten en altura con los nuevos bloques que se construyen a la entrada de estos pueblos
La superficie urbana de Vitoria ha crecido de forma exponencial en los últimos años. Barrios como Lakua, Salburua y Zabalgana se han expandido por lo que antes eran campos de cultivo, explanadas o aeropuertos. Este crecimiento parece que se va ralentizando ahora, debido a la crisis del ladrillo. Vitoria paralizó hace meses la redensificación y al acuerdo entre PP y PNV plantea construir apenas 3.000 viviendas en la próxima década.
Pero ese incremento poblacional también se ha llevado por delante varios pueblos o aldeas del entorno de la ciudad, que durante décadas han permanecido atentas, cerca pero lejos, de todo lo que ocurría en la ciudad. Elorriaga, Aretxabaleta y Ali han visto como varias moles de cemento han llegado ya hasta su puerta. No amenazan con traspasar sus límites, pero la imagen en algunos casos deja ver un fuerte contraste.
Y el mejor ejemplo de ello está seguramente en las iglesias. Desde siempre las torres de los campanarios han sido los edificios más altos de todos los pueblos. En Vitoria las cuatro torres del Casco Viejo (San Pedro, San Miguel, San Vicente y Santa María) aún se erigen orgullosas formando el 'Skyline' gasteiztarra.
Sin embargo, con la llegada de Vitoria a sus límites, las torres intentan mantener ese orgullo herido por la presencia de edificios que amenazan con quitarles protagonismo aunque quizás, quién sabe, también puede atraer a su templo un mayor número de adeptos. Sus campanas siguen doblando y redoblando, pero el cemento y el ladrillo devuelve cada vez más rápido el eco del tañir de las campanas.
Bien es cierto que en algunos casos, como en Ali, la presencia del ladrillo amenazaba desde hace décadas por el norte, con Sansomendi. Ahora, las fincas y huertas de la zona sur del pueblo también han dejado paso a futuros vecinos. Por el momento la iglesia mantiene su posición hegemónica en cuanto a altura, pero empieza a verse cada vez más escondida.
En el caso de Aretxabaleta sólo su ubicación en un pequeño alto le salva de ser engullida por el tenebroso edificio que se yergue a su lado, de un triste gris.
Elorriaga, mientras, observa cómo a su extremo suroccidental se levanta apenas un edificio de viviendas libres, y unos colores mucho más alegres, pero que se encuentra a día de hoy, en medio de la nada. A su lado deben nacer más edificios y, sobre todo, chalets que, hoy por hoy, no tienen salida en el mercado.
Éstos no dejan de ser unos ejemplos más de cómo Vitoria sigue creciendo. En su día Arriaga o Betoño ya sufrieron este trauma. Son las consecuencias de la urbanización de la sociedad.
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