Manuel Montes De Oca: el militar que se sumó a la rebelión contra Espartero

Manuel Montes de Oca acabó fusilado tras ser descubierto una vez fracasada la insurrección contra Espartero

Manuel Montes de Oca. Medina Sidonia 1803 – Vitoria-Gasteiz, 1841. Militar, marino, político y ministro de Marina.

Montes de Oca se sumó a la rebelión contra el Gobierno de Espartero, instigado por María Cristina. El fracaso del levantamiento le obligó a huir a Francia, aunque fue delatado por los miñones. ¿Qué pasó tras ser delatado? Marta Extramiana recrea aquellos momentos en el siguiente relato:

  • 19 de octubre de 1841

- Empieza a anochecer… no quisiera seguir aquí cuando haya oscurecido.

- ¿Vas a salirme ahora con cuentos de vieja?

- No es que tenga miedo… es por la falta de luz para hacer bien la tarea.

- Ya. – clava la pala en la tierra removida y se incorpora. Mira a su compañero con ironía. No le cuesta un gran esfuerzo salir del hoyo. – No creo que se quejen si el agujero no está perfectamente escuadradado. Yo necesito un descanso, un par de minutos para estirar la espalda.

Se inclina y rebusca en la bolsa que está junto a ellos. Saca una bota y echa un largo y acrobático trago. La tiende a su colega.

- No, prefiero acabar esto cuanto antes. – Un breve parón para negar con la cabeza y vuelve a palear la tierra con entusiasmo.

- Venga Juan, descansa un poco. No son ni las seis y si hemos venido hoy es para no pelear con los fríos de la mañana, da tiempo de sobra. Y no necesitamos mucha luz para acabar la faena, ya casi hemos terminado.

Juan se ha detenido, parece sopesar un momento las palabras de su compañero y después clava la pala y apoyando las manos en el borde del hoyo sale un poco torpemente.

- No sé cómo te dieron el puesto con lo poco habilidoso que eres. – Bromea el otro.

- Mira Joaquín, ya sé que tu llevas en esto mucho más tiempo que yo, así que no necesitas andar dándote esos aires.

- Toma chaval - Le pasa la bota. El cuero viejo bajo las manos encallecidas, arrugadas como su rostro. El trabajo de enterrador es lo que tiene, con frío y con sol cavar y cargar las cajas… pero es un trabajo seguro.

- Igual tanto esfuerzo y luego nos dicen que lo han indultado. – Dice Juan después de un largo trago.

- No lo creo, y si no es para él servirá para otro, que gente se muere todos los días. Además, lo del indulto a éste no se lo dan.

- Pero es un gran hombre, ha sido ministro.- se empeñó el más joven.

- De marina, comercio y ultramar con Espartero. Y antes, Fernando VII le concedió la Cruz de la Marina de Diadema Real.

- Por su heroísmo en la defensa de las colonias. No es un cualquiera… además era amigo de Espartero.

- Tú lo has dicho: Era. Y aunque fuera su hermano del alma, Espartero no le va a perdonar la traición. – Joaquín recoge la bota y da otro largo trago. – ¡Venga, volvamos al tajo!. Que ya empieza el relente y así entramos en calor.

- Y se está poniendo oscuro. – agrega Juan con una mirada precavida a su alrededor,

Joaquín suelta una risotada socarrona, un golpe en la espalda a su colega antes de añadir: - No te preocupes por estos, no están para salir ni de noche.

  • 20 de octubre de 1841

- Al final no hacía falta tantas prisas. – Se quejó Juan. – Teníamos toda la mañana para hacer el hoyo.

- Bueno, mejor estar prevenidos y tener adelantado el trabajo. Y yo tenía entendido que la costumbre era al amanecer… que no es el primer fusilamiento que veo… ni será el último.

- Están los tiempos muy revueltos….

En su calidad de funcionarios públicos, y sobre todo por su amistad con algunos soldados rasos, habían conseguido acceder al patio del cuartel de San Francisco. Ya que habían madrugado tanto podían disfrutar de todo el espectáculo. Estaban apoyados en una de las columnas del patio. Un lugar hermoso que había sido convento pero que las tropas no cuidaban en exceso. Un carro un tanto rustico esperaba para portar a su ilustre carga.

- Buenas, compadres.- les saludó un soldado al acercarse a ellos.

- ¡Coño Julián, que tranquilo estás para lo que os toca! – exclamó Joaquín.

- ¡Nada de palabrotas, que esto ha sido lugar sagrado! – le contestó el soldado sonriendo. – Aunque si algún santo ha oído al sargento seguro que ya está curado de espanto.

- ¿Tienes que… formas parte de….? – preguntó Juan con cierta aprensión.

- ¿Del pelotón de fusilamiento? No. Me he librado, pero todos tenemos que lucir de lo más presentable. Está tarde estoy de permiso, así que si os acercáis por la tasca del tuerto os pago un vino a la salud de Montes de Oca.

- A su salud no será. – apostilló Joaquín con sorna.

- Ya me entiendes, a su homenaje. Es una lástima que se pierda hombre de tan gran valía.

- ¿Lo conoces? – se interesó Juan.

- No, pero mi primo Santiago estuvo con él en las Antillas. Me contó que todavía era solo un oficial sin mucho grado cuando demostró un valor, un arrojo, un afán de sacrificio por el bien común….

- ¿Pues qué hizo, repartió su paga con los marineros rasos? – preguntó Joaquín con ironía.

- ¡No seas bruto, copón! Mejor que eso, estaba en peligro el navío y salto a las jarcias para sujetar las gavias y salvó la nave.

- ¿Las gavias?

- Bueno, que yo soy soldado de tierra así que no me pidáis muchas explicaciones, mi primo me contó que mientras los otros se cagaban de miedo el arriesgó su vida y los salvó de hundirse.

- Bueno, esas historias se exageran. – comentó Joaquín.

- Pues mi primo no es de exagerar…. Además solo hay que ver como se ha comportado en prisión para ver que es un hombre con un coraje, una entereza, una hombría, de una lealtad a sus ideas, una caballerosidad….

- ¡Jesús, pues sí que te ha calado el figurón! – se rio Joaquín.

- ¡Oye tú, habla con más respeto! – le increpó muy serio. – Que no solo es como combatió a los piratas y encima demostrándoles luego una gran caballerosidad, sino lo que he visto yo aquí.

- Lo de los piratas te lo contó tu primo, ¿no?. – se chanceó Joaquín.

- ¿Aquí que has visto? – intervino Juan intentando aplacar el enfado que iba mostrándose en el rostro del soldado.

- Pues….el modo de tratar a soldados y oficiales, tan cortes, como escuchó la sentencia sin una queja y sin un momento de flaqueza… ¡Ah, y esto te va a sorprender! Ha pedido un almuerzo frugal, se ha confesado y después ha pedido que le permitan dar vivas a la reina Isabel, a la regente María Cristina y ¡Dar la orden de fuego al pelotón!

- ¡Qué güevos! – exclamó Juan.

- El cura de San Pedro, que es el que lo asiste, le ha aconsejado que no lo haga porque sería como un suicidio.

- Y el coronel le habrá aconsejado que no de vivas a la ex-regente por no molestar al actual. – comentó Joaquín.

- Lo de Espartero es tan golpe de estado como lo que han intentado estos. Se empeñó en ser regente y en echar a Doña María Cristina y…

- Hazme caso Juan, los asuntos de reyes, regentes y ministros a ti no te incumben. Solo se acuerdan de nosotros cuando quieren lanzarnos a una guerra por sus intereses. – Joaquín se había puesto serio. Demasiadas guerras, demasiadas revueltas, demasiada sangre por unas ideas que les explicaban otros.

- Pero la regente respetaba los fueros y Espartero está obsesionado con la centralización y quitarnos nuestras leyes y…- insistió Juan

-No te fíes de lo que te prometan a cambio de tu sangre o la de otros. – sentenció Joaquín. – Luego harán lo que les convenga.

- ¡Mirad ahí sale! – señaló el soldado Julián.

Manuel Montes de Oca era un hombre alto que caminaba erguido, vestido con gabán verde oscuro con cuello y vueltas de terciopelo, pantalón de paño de color, con rayas y chaleco de pique color nanquín y corbata de raso moteado. La apariencia de un hombre distinguido y seguro de sí mismo. Subió al carro sin descomponer su figura, ni una mirada atrás cuando se puso en marcha.

Habían llegado al Paseo de la Florida. Montes de Oca bajó del carro y se colocó frente a la formación de soldados después de abrazar al cura y al coronel. Juan y Joaquín estaban a una distancia prudencial, esperando a que todo concluyera para realizar su parte. Alcanzaban a distinguir el tremor en los labios de Montes de Oca, probablemente musitaba una oración pero parecía sereno. La primera descarga le dio en el vientre y permaneció de pie, sin ni siquiera sacar las manos de los bolsillos de su gabán. Dio un paso a la izquierda y la segunda descarga le golpeó en el pecho. Cayó pero aún continuaba con vida. Un soldado se acercó a rematarle con un tiro en la sien.

Los enterradores esperaron a que los llamaran, introdujeron el cuerpo en la sencilla caja y los restos del cráneo destrozado por los tiros los recogieron con un pañuelo colocándolos también en la caja. Un par de soldados les ayudaron a subirla al carro y escoltados por los asistentes se dirigieron al cementerio de Santa Isabel.

Soldados, coronel y sacerdote aguardaron a que la última palada de tierra cubriera el hoyo que los enterradores habían hecho la tarde anterior. La voz del sacerdote se extinguió con el último amen de la letanía y toda la compañía se marchó en silenciosa formación.

- Bueno, pues va a tener razón Julián, ha demostrado mucha entereza. – Suspiró Juan.

- Eso hay que reconocérselo. – admitió Joaquín. – Egaña y Ortés de Velasco, compañeros de éste en la “octubrada” no lo han acompañado por aquí.

- Si no les hubieran traicionado los miñones que los acompañaban habrían cruzado todos a Francia. – comentó Juan. – A esos dos les salvó que la presa codiciada era Montes de Oca.

- Duros de plata y perdón… no es extraño que cambiaran de bando. En Francia a los grandes les espera una buena vida pero a los peones…privaciones y sin amigos. En fin, tan grande, un ministro y ha acabado en la fosa común.

- Igual se arrepienten luego de este trato… - sugirió Juan.

- Lo había pensado. – admitió Joaquín. – Por eso he preparado estas dos estacas para marcar el lugar de su reposo. Así será más fácil encontrarlo si quieren llevarlo a un sitio con más lustre.

Juan Olazabal y Joaquin Ainsa acertaron en su suposición, Espartero cayó y los restos de Manuel Montes de Oca fueron exhumados del cementerio de Santa Isabel de Vitoria en 1844 y trasladados a Madrid. Aquellas estacas ayudaron a su localización. Un personaje con un final trágico que se convirtió en protagonista de uno de los episodios nacionales de Galdós y que hoy recordamos con este modesto artículo.