Mateo López: el banderillero corneado en la Plaza Vieja que murió ¿por un chuletón?
Mateo López fue un auténtico personaje en la vida y también antes de su muerte: murió tras una cornada en Vitoria
Lo prometido es deuda y como dije en el anterior artículo, paso a presentarles a un personaje peculiar: El banderillero Mateo López Vázquez.
Nació en Madrid el 21 de septiembre de 1825, cuando alboreaba el siglo XIX y el ambiente de la corte lo formaban manolas, toreros y “mozos rumbosos”. Algunas crónicas sobre él señalan que fue su madrina la condesa de Teba, futura emperatriz de los franceses, cosa harto improbable dado que Eugenia de Montijo nació en Granada el 5 de mayo de 1826. Sería el primer caso de madrina nonata. Parece que lanzó la noticia José Sánchez de Neira en su “Gran diccionario taurómaco”, supongo que por la cosa de embellecer el relato y darle un aire romántico. Pero los demás se limitaron a seguirle sin percatarse de la incongruencia de las fechas. Pero no creo yo que necesite más adorno este caballero que el de su pintoresca vida y su inusual deceso.
Parece ser que desde muy joven sintió inclinación por la tauromaquia, algunos dicen que desde los tres años, que también me resulta un tanto exagerado. Aunque es cierto que debuta precozmente como banderillero e incluso actúa en algunas plazas como espada. Le apodaban “Chirimba” en un principio, aunque luego pasó a ser Mateo López a secas.
Hasta aquí no creo que lo consideren muy peculiar, pero ¿Y si les cuento que en Madrid era todo un personaje?. Tenía fama de juerguista, rumboso, le gustaba vestir bien, incluso con lujo, y codearse con la élite en las fiestas de postín. Dicen también que era muy conocido porqué después de cada corrida iba al café a explicar los lances, los errores y aciertos…de los demás. Y sin embargo esos mismos cronistas que le dan esa aura romántica no desgranan muchas alabanzas de sus actuaciones en la plaza. ''Mateo López. Catedrático en la calle, no lo es en la plaza, tal vez no lo deje por falta de voluntad; pero no es sitio para reparar en pelillos. Sabe dónde se ponen los pares y cómo se debe correr un toro, pero si no se le da bien a las primeras de cambio se descompone y sale por donde puede, sin ver por dónde va ni por dónde viene."
Esto decía en 1856 un periódico de Madrid de él, resumiendo: mucho de boquilla en el café y luego… Me lo imagino en una tertulia de café o en una fiesta aristocrática, (que entonces les gustaba mucho a los de abolengo codearse con toreros y tipos populares), del brazo de su manola, su esposa Teresa Portal, maestra de labores en la Fábrica de Tabacos. Debía ser de esas de rompe y rasga, pontificando sobre la última corrida y vestida como un pincel.
No sé cuánto podía ganar el matrimonio, y si era suficiente para mantenerse, mantener a sus dos hijos y pagar juergas y trajes lujosos. Aunque sospecho que no debía quedar mucho para alimentación a juzgar por lo enjuto de la figura de Mateo y las circunstancias de su muerte. (Seguro que ahora he picado su curiosidad, pues… ¡a seguir leyendo!).
La cogida del 4 de agosto
El día 4 de agosto de 1867 se celebró una corrida en la plaza de toros de Vitoria. No en la que hace poco derribamos que era obra de Pantaleón Iradier. Hubo otra anterior, que estaba detrás del convento de San Francisco (que también derribamos) en la manzana que hoy quedaría entre las calles Resbaladero y Paz por un lado y Postas y Portal del Rey por otra. Ahí estaba Mateo con los espadas Cayetano Sanz y Paco Frascuelo, y toros de una ganadería navarra, que por lo visto eran bastante aguerridos.
Cuando salió el quinto toro, de nombre “Cuartelero”, colorado, ojo de perdiz (así lo describen), al salir Mateo lo volteó y derribó, le volvió o coger cuando se incorporaba, y de aquella doble cogida sacó una cornada en la cadera y otra en la parte superior lateral derecha del cuello, en la yugular. También sufrió fractura del brazo del mismo lado y contusiones en la cara y en el pecho. Resumiendo, lo dejó hecho un cromo. Parecía que de esa no salía.
Sin embargo, fue llevado al hospital de Santiago y operado de urgencia. Allí estaba mi muy admirado Gerónimo Roure, que consiguió suturar sus heridas y detener las hemorragias con tanto éxito que en algunos días estaba francamente recuperado. Tanto que se le permitió levantarse e ingerir alimento. Supongo que el error radicó en permitirle elegir a capricho. Porque Mateo pidió un chuletón a cuenta de la casa. No sé si porque no estaba muy acostumbrado o porque era un poco pronto para un alimento de esas características, pero le produjo fiebre y delirios que le hicieron arrancarse vendas y suturas. Y a consecuencia de ese desatino falleció el 23 de agosto.
Por cierto, uno de sus hijos, Gabriel López Portal, “Mateito”, que también se dedicó a esto de la tauromaquia, diez años más tarde también sufrió una cogida en la plaza de Vitoria. Un toro de la misma ganadería navarra y de nombre “Carcelero” le corneó. Pero en este caso sin las fatídicas consecuencias que tuvo su padre. Sin embargo, no parece que esta ciudad fuera de buen augurio para esta familia.
Mateo fue enterrado en el cementerio de Santa Isabel, en un panteón cedido por el ayuntamiento en la calle Santiago número 69, con un sorpréndete epitafio:
Pues que cuanto el mundo alaba,
encierra una sepultura.
No quieras bien que se acaba,
ni temas mal que no dura.
En 1956 se expropiaron muchos panteones, éste entre ellos. Aunque desapareció, se conserva una fotografía en el Archivo Municipal. En su lugar se construyó otro, ya saben… "que conste que yo no quería”.