Miercoles de Ceniza de 1976, Calle San José: Panteón 198
Marta Extramiana explica cómo vivieron los más jóvenes lo que ocurrió el 3 de mazo, y cómo vivieron aquel miércoles de ceniza
Me gusta recorrer las tranquilas calles del cementerio de Santa Isabel. Entre el silencioso verde la piedra conmemora la historia, solemne y pacífica, lejana y cercana, extraña y conocida… cedros y cipreses murmurando suavemente, los ojos tristes de un ángel que medita, la alegría loca de los trinos de los pájaros….
Hoy he recorrido la calle San José desde su comienzo, me he reencontrado con lápidas bicentenarias, ángeles mudos, y capillas monumentales, algunas en decadencia, otras aun con flores frescas… y ahora estoy al final de la calle, frente a una hilera de panteones semejantes, como los bloques de viviendas de los barrios obreros surgidos en los años 60. En el último hay un nombre que llama mi atención Pedro María Martinez de Ocio, + 3 de Marzo de 1976 a los 27 años.
Durante mucho tiempo, probablemente demasiado, ese nombre no significó nada para mí. Ahora sé que fue el primero que cayó bajo las balas de la injusticia.
3 de marzo de 1976
Mis recuerdos de aquel fatídico día son confusos y pobres. Era una niña, vivía en una zona de Vitoria muy alejada de los acontecimientos y mi vida se reducía al ambiente del colegio, las excursiones ocasionales, el vermut de los domingos (en mi caso, un mosto) y la protección del hogar.
Seguramente mis padres quisieron evitarme el temor que me hubiera ocasionado conocer la tensa situación que precedió a la masacre, seguramente no lo habría entendido. Los adultos hablaban con evasivas y callaban en presencia de los niños. Sin embargo recuerdo aquel día perfectamente, una mezcla de extrañeza y temor sin nombre.
Era por la tarde, estaba jugando en mi cuarto y de pronto, no sé muy bien que fue el detonante, sentí que algo no iba como siempre. Mi madre no escuchaba música, ni estaba puesta la televisión… salí al pasillo y me acerqué a la sala, estaba inclinada sobre un radio-casete portátil, atenta a voces entrecortadas y ruidos inconexos… y lloraba.
Aquella mezcla cacofónica llenaba su cara de lágrimas, le hacía apretar los puños y ni siquiera se daba cuenta de que yo la miraba desde la puerta sorprendida y asustada. Reaccionó como si yo hubiera visto algo que no debería, me hizo regresar a mi cuarto y me aseguró que estaba bien y que no debía preocuparme. No funcionó, sabía que pasaba algo malo, algo muy malo…. algo que hacía llorar a mi madre. Una nube oscura, un peligro terrible y desconocido, una opresión ominosa sin forma.
Mi padre tardó en llegar, mi madre, a pesar de sus esfuerzos, no podía evitar demostrar la preocupación por su retraso. No debes preocuparte, a veces llega más tarde, repetía. Pero su rostro expresaba lo contrario.
Cuando al fin cruzó el umbral de la puerta se abrazaron, retazos de la conversación me dieron alguna pista que fui incapaz de conectar con coherencia…atrapado en un control al entrar en Vitoria, tomada por la policía…iglesia, disparos… Me mantuvieron al margen. Los adultos no explicaron lo sucedido. En el colegio nadie dijo nada. Pero aquella fecha se resistía a caer en el olvido: año tras año el 3 de marzo se conmemoraba con manifestaciones y reivindicaciones cuyo sentido se me escapaba pero no su importancia.
Al crecer fui poco a poco llenando aquellas lagunas, comprendí la auténtica magnitud de aquel día terrible.
Primero fueron los nuevos amigos de la adolescencia. Relatos de un horror vivido en la infancia, cristales rotos, persianas agujereadas por disparos, la angustia de unas familias que lucharon por acoger a las víctimas, abriendo portales, socorriendo heridos…. humo, gritos, dolor, golpes y disparos… pero venciendo el miedo en aras de la solidaridad.
Después alguien me dejó una cinta de casete donde habían grabado la emisora de la policía de aquel día. Las lágrimas de mi madre volvieron a mi memoria y comprendí que surgieron del dolor y de la rabia que produce la impotencia. “…Vamos a por ellos… desalojen a palos… destrozado la iglesia de San Francisco…llevamos más de 1000 tiros…hemos contribuido a la paliza más grande de la historia….aquí ha habido una masacre, oye pero de verdad una masacre “
Fui viendo las fotos y oyendo los testimonios grabados. Las losetas de la acera emborrachadas de sangre y tachonadas de casquillos, el humo y los golpes, los rostros de los heridos, la indignación de los testigos ante la bárbara actuación policial y las mentiras oficiales posteriores…
El horror. La sinrazón. La injusticia
Pedro Mª Mtz Ocio, Francisco Aznar, Romualdo Barroso, José Castillo y Bienvenido Pereda asesinados, más de un centenar de personas heridas, la mitad de ellas de bala, decenas de detenidos, varios representantes de los trabajadores enviados a prisión acusados de sedición…
Por luchar por condiciones laborales más justas, por las libertades de todos y como se dijo en la homilía celebrada en la Catedral Nueva del día 5 de marzo “y no eran criminales y no estaban perturbando la paz pública”.
Y la represión continuó, la actuación policial contra las manifestaciones solidarias se cobró más vidas, el 6 de marzo Juan Gabriel Rodrigo en Tarragona el 8 de marzo Vicente Antón Ferrero en Basauri.
Las imágenes del multitudinario funeral son impresionantes, miles de corazones unidos en el dolor exigiendo justicia bajo la amenazadora y evidente vigilancia de la policía.
Las palabras del ex-sacerdote Jesús Fernández Naves, posteriormente represaliado, resultan estremecedoramente conmovedoras: “Las autoridades no están en el funeral porque no pueden estar bajo el mismo techo rezando los asesinados y los asesinos”.
Sin embargo nadie pagó por esos crímenes, ni los autores materiales ni quienes había ordenado el asalto. Las víctimas, sus familiares y los testigos siguen 45 años después pidiendo justicia.
Naves añadió en su intervención: “Estos son hermanos nuestros, estos muertos son nuestros, son de todo el pueblo de Vitoria”. Quizás por eso, porque los sentimos tan nuestros, al oír la canción Campanades a Mort de Lluis Llach me tiembla el alma.