Vitoria, como en los 50
En apenas dos décadas, entre 1950 y 1970, Vitoria pasó de tener 52.000 habitantes hasta superar los 130.000. Un incremento de la población que no estuvo motivado por un boom de la natalidad precisamente, sino por el llamado éxodo rural. Ciudadanos de todos los pueblos de la meseta Castellana, Andalucía, Extremadura y Galicia, principalmente, dejaron […]
En apenas dos décadas, entre 1950 y 1970, Vitoria pasó de tener 52.000 habitantes hasta superar los 130.000. Un incremento de la población que no estuvo motivado por un boom de la natalidad precisamente, sino por el llamado éxodo rural. Ciudadanos de todos los pueblos de la meseta Castellana, Andalucía, Extremadura y Galicia, principalmente, dejaron sus tierras, donde no se necesitaba su mano de obra, para ir a ofrecer su trabajo a la incipiente industria de Cataluña y País Vasco.
Vitoria se fue forjando como ciudad en esos años, con un crecimiento muy rápido, pero en el que se integraron personas de todas las procedencias. Los VTV aceptaron a los que llegaban, y hoy en día los hijos de esos inmigrantes somos vitorianos con todas las de la ley, amantes de una ciudad que hace mucho tiempo que dejó de ser un pueblo. Abrazan la cultura vitoriana, pero también siguen fieles a sus raíces y tradiciones.
En esos años del éxodo rural, Vitoria también creció en tamaño. Surgieron nuevos barrios, que ahora precisamente están celebrando sus bodas de oro. Ejemplo claro de esos barrios es Zaramaga. En sus calles conviven (hijos de) extremeños, gallegos, navarros, riojanos o alaveses.
Bien es cierto que estos barrios, estas casas, van quedándose antiguas, y cada vez es mayor el número de personas que, conforme avanza su poder adquisitivo, buscan refugio en otras zonas de Vitoria, ya sea en los nuevos barrios o en los de toda la vida. Pues bien, estos pisos y viviendas vacías a menudo encuentran nuevos inquilinos en personas que repetirán exáctamente el mismo camino que sus antecesores.
Con la entrada del Siglo XXI España se convirtió en una potencia, su fuerte crecimiento (culpa en gran parte del ladrillo y de la pertenencia a la Unión Europea) la aupó al vagón de cabecera del crecimiento global.
España pasó a ser un destino atractivo para el resto del mundo. Exactamente igual que, hace 50 años, Vitoria lo fue para el resto de España. Y en este atractivo actual, nuestra ciudad cobra especial importancia. En lo últimos años, cientos de miles de personas han acudido a nuestro país en busca de trabajo (como ocurría en los 50) y unos cuantos de ellos se han fijado en Vitoria.
Sudamericanos, africanos, asiáticos y norreuropeos conviven entre nosotros. Convivencia, ojo, más complicada en algunos casos que en otros. Hasta ahora, el caso más grave y polémico de falta de integración se ha dado con la instalación de una mezquita en el barrio Zaramaga. Un barrio obrero, que presume de ello, y formado por una variedad de gentes llegadas de todos los lugares.
Sin embargo, las alarmas han saltado con la construcción de dicho templo, promovido por la comunidad paquistaní. En plena campaña electoral se sucedieron varias manifestaciones contra la instalación de este espacio para el culto. Una obra que se iba a acometer con fondos privados, en una lonja arrendada por los promotores de la mezquita, de origen paquistaní.
A las manifestaciones le sucedieron posteriormente varios ataques a la mezquita, y el estado actual de la lonja es el que se aprecia en las fotografías tomadas este mismo sábado. Es cierto que los vecinos que criticaron la instalación de la mezquita son sólo unos pocos. Y parece que las reuniones entre asociaciones de vecinos y paquistaníes van a acabar por dar una solución al problema.
No cabe duda de que, cuando de Dios, Budha, Alá o Yahve se trata, es necesario ir con pies de plomo. El respeto a la otra religión debe estar por encima de todo, y como Vitoria ya no es esa ciudad cristiana de curas y monjas, es necesario asimilar la variedad de creencias y, por qué no, aprender de ello. Los musulmanes de Zaramaga no buscan convertir a los vitorianos al Islam, ni recuperar Vitoria para su antigua Al-Andalus.
Y en cuanto a las celebraciones, quizás el futuro sea el que personas de todas las religiones convivan juntas en un mismo templo. Puede sonar a guasa, pero ortodoxos y protestantes ya ejercen sus oficios en templos católicos de toda la vida.
Pese a todo, debería preocupar ya el sólo hecho de la polémica levantada por la instalación de la mezquita en Zaramaga. Como también preocupa la tibiez con que ha abordado el asunto el alcalde de Vitoria, Javier Maroto. El equipo del alcalde ya cometió un error en la campaña electoral al comprometerse a impedir la construcción de la mezquita, para lo cual carece de facultades. Posteriormente, su único empeño ha sido el de trasladar el "problema" a otra lonja, en lugar de buscar soluciones que aboguen por la convivencia pacífica que necesita Vitoria.
No se puede ni se debe echar fuego a un asunto que puede acabar estallando en las manos. Si en Euskadi estamos hartos de disputas, amenazas e intimidación, hay que trabajar unidos para evitar que unos pocos acaben contaminando el espíritu de otros muchos.
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