Vitoria-Groningen: Tan lejos y tan cerca
El Vitoriano Mikel Sáez de Vicuña relata su experiencia en la ciudad holandesa
Lo primero que te cuentan cuando llegas a Holanda, es que no eres nadie sin una bicicleta. Un vehículo que en realidad no es necesario para moverse por Groningen ─una pequeña ciudad sin cuestas─, pero que resulta clave para facilitar tu proceso de integración. Unas bicicletas, que a pesar de su dudoso origen y mejorable apariencia, acaban convirtiéndose en una extensión de tu propio cuerpo. Sales con ellas de fiesta, llevas al novato que aún no tiene una e incluso consigues traer la compra semanal en tu manillar en una tarde lluviosa. Terminas cogiéndoles tanto cariño que el ruido que produce su óxido es música celestial para todos.
Como todos los rincones de Holanda ─término que hace referencia solo a dos provincias de todos los Países Bajos─ que no paramos de conocer. Un país tan lluvioso o más que Euskadi, aunque con un relieve muy distinto. Ya que el punto más alto de los Países Bajos son 862m. y se encuentra en una colonia del Caribe. Hay que bajar hasta los 322 para hablar de la Holanda continental.
Respecto al carácter neerlandés, es muy parecido al vasco. Noble y hospitalario pero reservado a la vez. Un pueblo que se ríe de sí mismo afirmando no tener plato nacional típico, aspecto donde tienen mucho que envidiar a la gran cocina vasca. Y es que en realidad Vitoria y Groningen tienen mucho en común, si no fuera por los tradicionales canales holandeses. En ambas capitales el frío es gélido, las bicis tienen un protagonismo vital y la vida universitaria nocturna es inmejorable en las dos.
Solo que Groningen, una ciudad de 200.000 habitantes al norte de Holanda, no ha sido galardonada con ningún “título green”. Tal vez sea porque no lo necesite. Mi percepción en los meses de estancia es que la sensibilidad de la ciudad y ciudadanos por el medio ambiente no tiene nada que envidiar al gasteiztarra. Millones de bicis inundan la ciudad, se hace hasta raro ver o incluso escuchar el tubo de escape de un coche en hora punta (de pedales, claro).
Sin dejar de lado el medio ambiente, el polémico método de extracción de gas “fracking”, ya fue prohibido en el 2006 en Groningen por la cantidad de terremotos que provocaba. Una ciudad que el pasado octubre decidió someter a referéndum la decisión de construir un tranvía, dada la polémica ciudadana suscitada. Finalmente el recelo de habitantes y comerciantes se hizo palpable en un sonoro “no”.
Otro aspecto curioso es el de la población de Groningen. De sus 200.000 habitantes más de la mitad tienen entre 20 y 25 años y el 35% del total son estudiantes. Tanto es así que incluso el partido “Students and city” tiene un concejal. “La gente mayor o no sale a la calle o está en Mallorca de vacaciones”, bromeaba un amigo mío. Efectivamente se hace raro a los ojos encontrarse con un anciano por la calle, y más porque irá en bici. El lujo holandés es que casi la totalidad habla y entiende perfectamente inglés.
Pero sin duda lo que más me ha marcado hasta ahora es la vida en la residencia de estudiantes. Resulta lo más parecido a una gran comuna. El ambiente que se crea es impresionante. Gente venida de todos los rincones del Planeta, incluyendo regiones que jamás habías escuchando o estudiado en clase. Gente con la que se crean unos vínculos muy fuertes, capaces de acabar con toda morriña. Personas de, por supuesto, idiomas y culturas muy distintas, pero también religión, color o raza. Un crisol espectacular que hace de cada día más enriquecedor que el anterior. Donde a diario probamos un nuevo plato típico, aprendemos una palabra nueva en árabe o una canción en chino. Estudiantes todos en la misma situación de asilo. Con estancias que van desde nuestro pequeño semestre hasta los siete años de Medicina. Pero el buenrollismo fluye por todos los rincones. El ambiente en las “common room” es tan espontáneo y natural como reconfortante. Sin palabras.
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